En un mundo sacudido por conflictos y divisiones, la erosión del orden liberal internacional se hace cada vez más evidente. Las guerras en Ucrania y Gaza no solo han sembrado destrucción y sufrimiento, sino que han puesto en tela de juicio la capacidad y la voluntad de Estados Unidos para seguir siendo esa «nación indispensable». En este contexto, nos preguntamos si esta superpotencia, sumida en sus propias divisiones internas, puede todavía aglutinar a sus aliados, tanto en el Atlántico como en el Pacífico y América Latina, para restaurar y mantener la estabilidad global.
La necesidad de la implicación del pueblo estadounidense en los asuntos mundiales ha sido indiscutible. A lo largo del siglo XX, y en lo que va del XXI, Estados Unidos ha jugado un papel crucial en la configuración de un orden internacional basado en valores liberales: democracia, derechos humanos y libre comercio. Sin embargo, el panorama actual presenta varios desafíos inéditos. Las guerras en Ucrania y Gaza han exacerbado tensiones y han demostrado que el unilateralismo no es sostenible. La pregunta que nos hacemos es si Estados Unidos todavía tiene la capacidad y la voluntad de liderar un esfuerzo colectivo para enfrentar estas crisis.
A las puertas de las elecciones de noviembre, el panorama interno de Estados Unidos se muestra más dividido que nunca. El nacional-populismo ha desgarrado el tejido social y político del país, alimentando un clima de polarización que dificulta la formulación de una política exterior coherente y efectiva. El nacionalismo exacerbado y el aislacionismo son tentaciones que, aunque comprensibles en tiempos de crisis, son profundamente destructivas para un país que, más que nunca, necesita reafirmar su papel en el mundo.
La retórica de «América Primero», popularizada en los últimos años, ha contribuido a un retraimiento de Estados Unidos en la escena global. Este repliegue ha dejado un vacío que otras potencias, especialmente China y Rusia, han estado ansiosas por llenar. El nacionalismo no solo mina la cooperación internacional, sino que también erosiona la confianza de los aliados tradicionales en la fiabilidad de Estados Unidos como socio estratégico.
La capacidad de Estados Unidos para sumar aliados será fundamental. En el Atlántico, las relaciones con Europa necesitan revitalización y compromiso. Los aliados europeos, aunque tradicionalmente fieles, requieren señales claras de liderazgo y apoyo. Las tensiones comerciales y las diferencias en políticas climáticas y de defensa han creado fisuras que deben ser reparadas.
La OTAN, piedra angular de la defensa transatlántica, necesita una reafirmación del compromiso estadounidense. El fortalecimiento de esta alianza no solo disuade a adversarios, sino que también reafirma el valor de la cooperación multilateral. Además, en un mundo donde las amenazas cibernéticas y el terrorismo global continúan siendo desafíos prominentes, la cooperación estrecha entre Estados Unidos y Europa es más esencial que nunca.
En el Pacífico, la creciente influencia de China plantea un reto estratégico que solo puede ser afrontado mediante una red de alianzas sólidas y confiables. Japón, Corea del Sur, Australia e India son actores clave en esta región. La diplomacia multilateral y la construcción de consensos serán esenciales en esta tarea.
El Indo-Pacífico es una región dinámica y de importancia geopolítica crucial. La Iniciativa de Infraestructura Global y la Asociación Transpacífica son ejemplos de esfuerzos que buscan contrarrestar la influencia china mediante el fomento de la cooperación económica y la promoción de estándares de comercio justo y transparente. Sin embargo, para que estas iniciativas tengan éxito, Estados Unidos debe mostrar un compromiso sostenido y una estrategia clara.
En América Latina, el ascenso de China en términos de influencia económica y política ha sido un fenómeno notable en las últimas décadas. Mientras tanto, los Estados Unidos han estado ocupados en fortalecer lazos con los países europeos y del Pacífico, lo que con el tiempo ha generado un impacto en su política de alianza con sus aliados tradicionales en la región latinoamericana.
China ha desplegado una estrategia diplomática y económica agresiva en América Latina, invirtiendo en diversos sectores clave como la infraestructura, la energía y la tecnología. A través de iniciativas como la Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda, China ha establecido vínculos económicos sólidos con muchos países de la región, ofreciendo préstamos y financiamiento para proyectos de desarrollo a gran escala.
Esta creciente presencia china ha planteado desafíos para los Estados Unidos, que históricamente han considerado a América Latina como su «patio trasero» y han mantenido fuertes lazos políticos y comerciales con varios países de la región. La atención de Estados Unidos en fortalecer sus relaciones con Europa y Asia Pacífico ha llevado a una relativa falta de atención hacia los asuntos latinoamericanos, lo que ha permitido a China expandir su influencia en la región.
Este cambio en el equilibrio de poder en América Latina ha llevado a cuestionamientos sobre la futura dirección de las relaciones entre los países de la región y sus históricos aliados. Algunos analistas señalan que la creciente presencia china podría contribuir a diversificar las fuentes de inversión y desarrollo en la región, mientras que otros advierten sobre los posibles riesgos de depender demasiado de un solo actor externo.
En este sentido, es crucial para los Estados Unidos revisar y ajustar su enfoque hacia América Latina, reconociendo la importancia estratégica de la región y reforzando la colaboración con sus socios tradicionales. Al mismo tiempo, las naciones latinoamericanas deben mantener un equilibrio en sus relaciones internacionales, aprovechando las oportunidades de colaboración con diferentes actores globales sin comprometer su soberanía y desarrollo a largo plazo.
El futuro del orden liberal internacional depende en gran medida de la capacidad de Estados Unidos para superar sus divisiones internas y reafirmar su compromiso con los valores que históricamente ha defendido. La estabilidad global necesita una democracia liberal robusta y activa, capaz de ofrecer liderazgo y esperanza en un mundo cada vez más incierto.
Los valores de democracia y derechos humanos no deben ser meramente retóricos. La política exterior estadounidense debe ser coherente con estos principios, promoviendo la libertad y la dignidad humana en todas sus formas. La promoción de estos valores no solo es un imperativo moral, sino también una estrategia que fortalece las alianzas y legitima el liderazgo estadounidense en la arena internacional.
La diplomacia multilateral y la construcción de consensos serán esenciales en la tarea de restaurar el orden liberal internacional. La cooperación con aliados y socios, así como el fortalecimiento de instituciones internacionales, es vital para enfrentar los desafíos globales. El cambio climático, las pandemias, la proliferación nuclear y el terrorismo son problemas que ninguna nación puede resolver por sí sola.
El papel de Estados Unidos en la ONU y otras organizaciones internacionales debe ser reforzado. Un enfoque colaborativo que respete la diversidad de opiniones y fomente la cooperación es la única vía sostenible para construir un orden global estable y justo. Estados Unidos debe liderar con el ejemplo, mostrando su disposición a trabajar en conjunto con otros países y a asumir su responsabilidad en la resolución de problemas globales.
La erosión del orden liberal no es una fatalidad inevitable, pero requiere un esfuerzo concertado y una visión clara. Estados Unidos tiene ante sí una oportunidad histórica: la de reafirmar su papel como garante de un mundo más justo y libre, en colaboración con aliados que compartan esa visión. El desafío es grande, pero también lo es la recompensa: un futuro donde la paz y la prosperidad puedan florecer sobre los cimientos de la cooperación y el entendimiento mutuo.
El futuro del orden liberal internacional está intrínsecamente ligado a la capacidad de Estados Unidos para superar sus divisiones internas y reafirmar su liderazgo global. Las guerras en Ucrania y Gaza han subrayado la necesidad de una implicación estadounidense robusta y coherente. Para restaurar y mantener la estabilidad global, Estados Unidos debe revitalizar sus alianzas en el Atlántico y el Pacífico y con América Latina para seguir promoviendo los valores democráticos y los derechos humanos, y comprometerse con la diplomacia multilateral.
La historia nos enseña que los desafíos globales requieren soluciones globales. Estados Unidos, con su vasta experiencia y recursos, está en una posición única para liderar este esfuerzo. Aquellos encargados de la política exterior estadounidense conocen que poseen «la mano que mueve la cuna». Por lo tanto, comprenden que los conflictos entre Rusia y Ucrania, y entre Israel y Gaza, solo pueden resolverse a través de la diplomacia. Al hacerlo, Estados Unidos no solo garantizará un futuro más seguro y próspero para sí mismo, sino también para el mundo entero. La defensa de la libertad y la democracia es una tarea constante y necesaria, y Estados Unidos tiene un papel indispensable que desempeñar en esta noble causa.
Hasta el próximo artículos…
Fuente: El Nuevo Diario (República Dominicana) https://search.app/NdgdLsJnvVGczQsf8
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